Esta es una historia budista Zen:
Una mujer agonizante pide a su marido:
“Cuando me muera, quiero que seas fiel a mi recuerdo. Si te
casas con otra, mi fantasma vendrá a molestarte”.
El hombre jura ser fiel. Cuando ella muere le guarda luto,
pero al cabo de seis meses se enamora de otra mujer.
El fantasma aparece para decirle:
“¡Te vigilo! ¡Sé lo que le dices, qué regalos le das, y te
puedo repetir las palabras con que la cortejas!”
Sintiéndose así vigilado, el pobre hombre no puede hacer
nada.
En el colmo de la angustia va a consultar a un monje budista
Zen, y éste le dice:
“Bien, el fantasma sabe todo lo que haces… Entonces la
próxima vez que se te aparezca, toma un puñado de arroz y pregúntale cuántos
granos tienes en la mano.
Si te responde exactamente, es un fantasma de verdad. Si no
te responde, significa que tú lo has inventado”.
Y así fue: cuando apareció el fantasma, el hombre le
preguntó cuántos granos de arroz tenía en la mano. El fantasma se disolvió.
Inventamos nuestros propios fantasmas. Creemos vivir
libremente en el presente y sin embrago estamos condicionados, maniatados,
inhibidos por recuerdos. Estos recuerdos, impresos en nuestro cerebro, se nos
manifiestan en la vida bajo formas de fantasmas. Creemos ver la realidad,
cuando en verdad sólo vemos imágenes de nuestros sueños. Es necesario enfrentar
esos fantasmas, ver qué es real y qué es producto de nuestro miedo. Visen
exigía: “¡Deja a un lado los fantasmas y sé ante todo un hombre!” Estos
fantasmas interiores nos dicen a cada momento “La vida es terrible, cuidado,
huye, no la enfrentes tal cual es, disfrázala, disfrázala”. Y es así como la
mayor parte de nosotros, por terror al mundo, lo transformamos en sueños,
píldoras, actividades superficiales, y nos movemos en él perfectamente
dormidos.
El monje del cuento afirma: “En tu puño tienes un número
preciso, objetivo, de granos de arroz; es decir, tienes que saber cuál es la exacta realidad, afrontarla, trabajar en
ella y construir una vida real, sin temor a ser lo que tienes que ser”.
Bertrand Russell dijo: “Para vivir en el mundo tienes que
aceptar que es horrible”. Con ello dio a entender que
aceptando lo “horrible” del mundo, uno puede enfrentarse a él sin huirle hasta
convertirlo en el paraíso que debe ser todo presente real.
Alejandro Jodorowsky